viernes, 21 de diciembre de 2012

Crónicas de un borracho y una puta.

Viernes 14. 
Un bar. Una cerveza. Una coincidencia. Un derrame de bebida en el vestuario barato de la mujer a un lado.
-¡¿Qué pedo?! Exclamó la delicada dama.
-L...l...o... si... hip... ento.... Se excusó el borracho de sombrero café.
-Vete al huevo, asqueroso viejo. Se despidió la dama, que de dama no tenía ni el cabello. Salió por la puerta trasera del monótono bar mentando madres como una señorita, que de señorita tampoco tenía ni los calzones.
Yo estaba en ése bar de barrio. En ése jodido bar de barrio. Una sombra inodora entre los coloridos perfumes de la sociedad.

Domingo 16.
 El borracho volvió. La mujer de re-puta-ción también. Jamás cruzaron miradas.
-Dame una de tonayán, bombón. Pedía la mujer con cara de orgasmo atorado y ojos de deseo. El cerdo del barman no pudo evitar mirarle las tetas que se le salían como las ganas de llorar. Tenía los ojos en pose, pero realmente eran toda una novela que sólo los lectores y bohemios podrían haber apreciado y leído. Una novela ni de amor ni de amistad, una novela de la jodida realidad.
Juzgar a la mujer que se encontraba ahí bebiendo como hombre, con gustos de mierda y mirada jodida sería como preguntarle a un huérfano en una calle qué le pedirá a los Reyes Magos.
De pronto, cuando el tipo de las copas dejó de mirarle el cuerpo, la mujer se derrrumbó. Así, de la nada. Implosionó. Su sonrisa insinuadora despareció y las lágrimas se dejaron caer de esos ojos provocadores. Hubiera jurado que estábamos en un velorio de no ser por aquél olor a orines y recuerdos. Aquella mujer tenía tantas lágrimas presas que unas cuantas se le hecharon a la fuga. Ella perció igual de asustada e impresionada que yo. Nadie más lo había notado. Sólo ella y yo, pero ella no me vio a mí.
Mierda, estamos jodidos. Una mujer en el reino de los hombres llorando en medio de la guerra de emociones y nadie notó lo triste que estaba.
-Gracias. Dijo el saco de pesares con ojos de gato. Para cuando sus palabras salieron, sus lágrimas ya habían sido limpiadas por su mano y su sonrisa volvió a maquillar la depresión.
Tomó su bebida barata como su vida y se marchó. Antes, dejó una nota. Para el que servía bebidas, por su puesto.
'Patricia', seguido de unos pares de números, 'llámame'.


Martes 18.
Mismo bar. Diferente hora.
-Dos de lo mismo. Una voz áspera retumbó en las paredes. Era el borracho de sombrero café.
Tomo su bebida y no dijo ni una sola palabra más en las 4 horas que estuvo ahí sentado. La misma mirada que vi en Patricia, la puta, la vi en los ojos de aquél 'asqueroso viejo', citando a la mujer Patricia.
Tenía el mirar de cansancio, de esos que relamente cansan, que te cansan sin hacerte correr, miradas que miras que te cansan aunque tú no estés cansado.
Miradas más pesadas que el cemento o la rabia. Miradas que arrastran pasado, presente y un futuro ausente.

La puta, perdón, Patricia, entró por la puerta donde todos los bultos de arrepentimiento y temor entran en busca de una distracción a sus penas. Entró por la puerta donde nunca había entrado.Entró con las ganas que nunca había entrado.
Patricia llevaba la ropa rota. Los tacones sucios y el maquillaje hecho mierda por toda la cara. Había llorado. También traía un bolso. Barato, corriente y de seguro robado o regalado por uno de sus clientes con tal de más sexo sin un costo adicional.
Patricia entró, bebió y pagó, después escribió. Escribió en las servilletas que pudo con un labial color carmín. Escribió algo que se convertiría en su epitafio.
Un disparo. Un ruido ahogado. Todo lo demás fue silencio.
Patricia se había dado un tiro.
Ni una expresión soez acerca de lo sensual que se veían sus piernas entre ésas ropas rotas o acerca de lo que acabábamos de presenciar. Sólo silencio. Pasaron 5 minutos y nadie dijo nada, sólo miraban ése cuerpo en el piso, con el carmín de su sangre haciendo juego con sus calzones y su falso cabello.
El borracho, que estaba a un lado, tomó las servilletas. De pronto la gente ahí estaba sobria, la peda se les bajó en chinga después de que la pistola gris cantara su más famoso sencillo seguido del reconocimiento de logro del silencio.
El hombre leyó palabras tan sinceras y tan duras que el dolor que provocaron en el alma sería menor que el dolor físico de enterrarte agujas entre la carne y las uñas de la mano, inclusive preferible. Palabras tan profudas que citaré textualmente pues se quedaron tatuadas en mi mente:
Patricia mi apodo. Rosa del Carmen mi nombre. Soy una puta más en éste pueblucho de mierda. O 'una señorita de baja sociedad' como las viejas 'refinadas' dicen, viejas que se sienten más sólo por haber mamado a un hombre rico que termina acudiendo a nosotras, pero al final, ellas tienen dinero que es lo que te deja para tragar, no el amor así que qué más da. Seguramente alguna de éstas es su esposa o solía serlo y por eso beben como imbéciles aquí. 
Mi última nota escrita por el labial que la mala vida me ha regalado.
Todos juzgan, inclusive temen. Lo que no saben es que yo también tenía una familia para sacar adelante, no crean que me debaja aplastar por gordos sudorosos en la cama na'más porque sí o porque me gustara. No saben de las historias que hay detrás de los cuartos de hotel. 
Por eso me marcho. Por la humillación que pase hace unas horas. Iba caminando por las calles después de que un cliente me maltratara cual res, mi ropa se hizo un desmadre y el güey no dejaba de decirme 'eres una puta, una cucaracha, no vales nada' mientras estaba encima de mí, cuando encontré a un niño llorando en la calle. Me contó que acababa de ser violado por el señor que estaba enfrente, pues ya varias veces le había dado para su taco o una bebida. Levanté la mirada y vi al hijo de puta. La rabia me invadió, los ojos de aquél niño penetraron en mi ser más profundo que cualquier miembro de un hombre lo había hecho jamás. 
Sólo podía llorar mientras sangraba y me miraba con esos ojos de los cuales la inocencia había sido arrancada de la forma más brutal. Aquellos ojos que jamás volverían a ver de la misma manera. 
Traía una pistola que la Señora Juana nos había dado a todas por 'protección', pero protección al dinero para dispararle a la llanta de un coche si éste se había ido sin pagar. El enojo y la tristeza se apoderaron de mí. El impacto fue exacto. Preciso. Los ojos del pendejo ése se clavaron en mí en el último instante. Su cigarro cayó al suelo. El niño se asustó aún más pero le prometí que jamás lo volvería a tocar ése señor. No dijo una palabra, seguía llorando y sangrando. Después la gente empezó a juntarse alrededor del cuerpo sin vida del violador. Le dije al niño que corriera pero no se podía ni levantar. Lo escondí entre unas bolsas de basura para que no inculparan de nada, después me heché a correr. Las palabras del señor, los ojos del niño, el sonido del disparo, todo daba vueltas dentro de mi cabeza. ¿Cómo es posible que la vida sea así? Entonces, ¿cuál es su propósito? Si vas por las calles con el alma rota y depronto te encuentras una flor recién plantada ya aplastada por el pie de la vida. Se lo cogieron al pobre, sin amor, sin propósito, sin madre. Sólo por una mente chingada. 
Adiós, me despido de éste mundo tan cruel y sádico. Solía venderme para que pudiera comer, pero ahora, cualquier cosa que haga hará que vea los ojos de ése niño en la calle, no puedo con esto. Díganle a la calle que no la extrañaré, porque la misma se llevó a mi familia, se llevó mis sueños y en cierta etapa diferente, en otra época, en otra edad, yo era ésa niña violada sangrando en la calle por culpa de la misma puta, la vida. Creo que me ha ganado el papel.  
Después de eso nadie pudo decir nada. Sus vidas, que creían tristes y por las cuales se lamentaban no eran ni una cuarta parte de lo que acababan de escuchar.
Salimos del bar, dejamos que la policía hiciera lo suyo y cerraron el bar por un tiempo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Ése sueño sin sueños.

Ése sueño que te abruma los días. El cansancio mental que la depresión causa.
El sueño que te tumba en la cama sin poder dormir.
Ése jodido sueño que te cansa pero no te deja descansar.
Cuando despiertas pero no te levantas.
No te puedes levantar.
Tan castrante como un limpiaparabrisas en la calle que te hecha el jabón al vidrio después de un 'no, gracias'. Tan inexplicable como el por qué los profesores se emputan si los corriges.
Ése sueño sin sueños.