Paola Danaé Ruiz Carrasco.
Después recuerdo haber hecho llamadas telefónicas mientras su voz emitía sonidos, quejidos. Llegó la policía, la ambulancia, la gente. Más gente. Una llamada a su mamá, a la mamá de ella y a la mía. “Alan, no te vayas”, “¡Alan, no me dejes!”, repetía mientras rebotaba en la parte de atrás de la ambulancia. Ahí fue cuando recordé 1998, México D.F., 6 de Febrero. Llantos, gritos, horas de parto y un quirófano. Cordón umbilical enredado y un sano crecimiento de 9 meses. 9 meses para las milésimas de segundo en que mis pulmones se llenaron de aire al empezar a llorar.
Y ahora, sin 9 meses de dolores, sin un quirófano, las lágrimas no salían, ahí estaban pero no salían, parecía que acechaban el momento perfecto para derrumbarme.
Veía mi vida mientras veía la suya. Mis papás y yo en las carreteras recorriendo México, mi escuela, mis empalagosas maestras con lentes, mis rodillas siempre raspadas y mis brazos siempre moteados por moretones, mi primaria, mis gatos, mis alergias, el nacimiento de mi hermana, el de mi hermano, la traumática crisis económica en mi casa que causó la separación de mis padres, mis difuntos familiares, las personas que me marcaron, las primeras mariposas en el estómago, las más recientes, mis libros, mis pasiones y mis miedos. Nos veía leyendo con 7 años libros de dinosaurios; ya éramos todos unos lectores, al menos así nos sentíamos.
“Pásame el algodón”, la acelerada voz del paramédico me despertó. Luces blancas, papeles, preguntas, sus papás, los de ella, abrazos, pero las lágrimas ahí seguían, sin salir, sólo esperando; y escogieron el momento trágicamente perfecto: mi madre entró por la puerta y volví a 1998, lloré como si de eso dependiera mi vida de nuevo.
Los días pasaron, la vida también. Ya no
estaba, ya no más. Una semana de esperanza, unos minutos de silencio y
la tristeza aquí sigue. Aunque la vida pasa, corre y no se detiene por
nada ni nadie y justo cuando el hoyo estaba más negro Inglaterra amplió
mi mente y mis horizontes.
Así es señores, Inglaterra. ¡12 horas de
vuelo! El trasero entumido valió la pena. El frío, ¡el rollo para
encontrar nuestras habitaciones! El horario, las horas de comida, los
asaltos de frutas y pan en el comedor, las presentaciones, los
acentillos, las nuevas amistades, la emoción de ver un paisaje tan rico
con las pupilas dilatadas, sentir el frío con cada una de tus pestañas
hasta ya no sentir ni los dedos de los pies. Escuchar una y otra vez ésa
canción y saber que en 10 años al volver a escuchar ésa canción
recordarás ése momento.
Horsham, Brighton, el metro, Oxford, Oxford
Street, el tren, todo tan limpio, tan pulcro. Música en cada esquina,
frío en todos lados. Lo difícil ahí era encontrar algo feo. Incluso
alguna persona fea.
Todo era como en las películas, con las casas
rústicas, los árboles altos y grisáceos. Era como vivir una escena de
Harry Potter. Pero en cuanto te acostumbras a algo se acaba. Adiós
calefacción en el cuarto de 8, adiós acento británico, adiós caminatas
en la noche para llegar al edificio de nuestras habitaciones, adiós
comida a las 12:30 de la tarde con agua simple y papas (eso nunca
faltaba), hola de nuevo avión, hola de nuevo México.
Todo lo que vives te marca y tiene cierta
reacción: Teoría del Caos. Todo lo que vivimos nos moldea, a veces muy
suave, a veces con púas, pero gracias a eso, a ésos pequeños o grandes
baches, somos lo que somos. Reaccionamos como reaccionamos. Con Dios o
sin él, hay un por qué de las cosas y éste es el mío.
Ahora terminamos secundaria. Qué nervios.
Tres años de lágrimas, risas, peleas, muertes. Éstos tres años los
recordaré, es maldición. Mis papás se separan, mis hermanos lo sufren,
la economía cae, se restaura, mi familia materna se desintegra, la
paterna se aleja, ¿amigos? ¿Qué es eso?, hipocresía, mentiras,
abandonos. Nuevo año, nuevas cosas, nuevos sentimientos, el amor. Oh,
maldito amor, carajo; ésa cosa que te mata para revivirte, ésa sensación
de ver a alguien a los ojos y saber que siente lo mismo por ti. Y el
último año, ¿qué puedo decir? Extraño a Alan, como a nadie pero, gracias
a la lectura y una que otra cosilla, sé que nada es bueno o malo, sólo
es la perspectiva y cómo te afecta a ti como individuo. Crecí, maduré
aún más, sigo siendo la pieza que resalta o no entra en el rompecabezas. Me enamoré. De nuevo. “Caer y levantarte”, debería de ser un propósito en la lista de Año Nuevo.
Éste es mí porqué.